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William Gibson - Agrippa




Es imposible hablar de CyberPunk sin hablar de William Gibson, un ciudadano común y corriente de Vancouver. Fué uno de escritores más representativos de la literatura de ciencia ficción de finales del siglo XX. Sus obras acuñan los conceptos de la realidad virtual y la internet antes de que estos se convirtieran en lo que son, fenómenos interactivos de una mass media virtual.

Entre sus obras más representativas se encuentran Neuromante, Conde Cero y Luz Virtual.
Su poema Agrippa, escrito en 1992 es el más extenso de toda su carrera literaria. Se suponía que el poema formaría parte de un proyecto de multimedia que no pudo llevarse a cabo. ¿En que consistía el proyecto? El disquette debería devorarse así mismo tras mostrar el poema.

Creo que es más que obvio la carga abstracta que llevaba siempre consigo William Gipson. Finalmente Agrippa se tradujo gracias a laideafija y Saurio. Hoy la exponemos en BoliviaGoth:


Agrippa - William Gibson

I

Dudé
antes de desatar el lazo
que mantenía unido a este libro.

Un libro negro:
ALBUMES CA. AGRIPPA
Ordene hojas extra por Letra y Número

Un álbum Kodak de papel obra
negro quemado por el tiempo

El piolín que usó
Se ha ido deshilachando con los años
y el clima seco de los baúles
Como un cordón de zapato de mujer de la Primera Guerra Mundial
Sus puntas metálicas carcomidas por el oxígeno
Hasta dejarlas como ceniza de cigarrillo

En el interior de la cubierta inscribió algo en grafito blando
Que ahora se ha perdido
Luego su nombre
W. F. Gibson Jr.
y algo, coma,
1924

Engomó luego sus copias Kodak por detrás
y escribió debajo de ellas
en lápiz blanco que parece tiza:
"El aserradero de Papá, Ago. 1919."

Un cobertizo de techo plano
Contra una cordillera montañosa
En el fondo están tiradas tablas y cabos de madera
Él debe de haber olido la brea,
En agosto
El dulce y caliente tufo
De la sierra eléctrica
Cortando las décadas

Al lado el spaniel Moko
"Moko 1919"
Posando en una pequeña banca o mesa
Delante de un árbol del patio trasero
Su pelaje es lustroso
El pasto necesita que lo corten
Más allá del árbol
En una espeluznante claridad Kodak,
Están las veraniegas escaleras de servicio de Wheeling,
West Virginia
Alguien se dejó afuera una escalera de mano de madera

"Tía Fran y [desconocido]"
Aunque no lo es, este señor
Tiene una "G" en la hebilla del cinturón
Un prendedor en la solapa de origen masón
Un lápiz mecánico patentado
Una pluma fuente
Y las flores tras las cuales ellos posan tan sólidamente
Echan sus raíces en un tramo de caño de cloaca
De concreto blanqueado y puesto en vertical

Papi tenía un caballo llamado Dixie
"Ford sobre Dixie 1917"
Una manta de montar marcada con una estrella solitaria
Pantalones de corderoy
Una montura vaquera
Y una gorra de tela
Orgulloso y feliz
Como cualquier chico puede estarlo

"Arthur y Ford pescando 1919"
Sacada por un adulto
(Nótese la mano firme
que captura las flores salvajes
las sombras en sus amplios sombreros de paja
los reflejos en una verja de metal)
parado frente a ellos,
en el otro extremo del estanque
entre los curanderos y el barro,
Kodak en mano,
¿Ford padre?

Y "Mama julio, 1919"
camina junto al estanque
con enormes zapatos blancos de paseo,
La cartera embutida detrás de ella,
Mientras o Ford o Arthur, aún con sombrero de paja,
Arrima un coche de viaje con techo de lona.

"Mama y la señora Graham en el criadero de peces 1919"
Mama y la señora G. se sientan sobre un gracioso arco de cemento.

"Arthur sobre Dixie", también 1919,
bastante molesto
En el tejado detrás del granero, detrás de él,
Puede leerse esta críptica inscripción:
H. V. J. M [¿?]

"El aserradero de Papá 1919" , mi abuelo lo más regio en medio de un desastre
de madera cortada,
fácilmente podría tratarse del registro
de alguna demolición posterior, y
sus mangas de algodón están enrolladas
pero no más allá del codo,
a rayas, con una banda blanca
para agregar un cuello postizo.
Detrás de él se eleva un cono de aserrín de unos 10 metros de alto.
(Cómo se sentirá revolcarse en eso,
o cómo huele cuando está húmedo)






II

El mecanismo: latón negro estampado
Cuerina sobre cartón, pedazos de madera de boj
Una lente
El obturador se cierra
Para siempre
Dividiendo aquello de esto.

Ahora en cuartos de techos altos,
desocupados, no visitados,
en los cajones del fondo de escritorios venerables
en fría oscuridad química se arquean montajes
conmemorativos de los muertos del país en la Guerra Mundial,

como yo mismo descubrí
algún verano en un baúl de un ático,
y debajo de eso, el tesoro de todo chico,
opacas municiones de verdad,
pequeños trocitos reales de la guerra
pero también
el mecanismo
mismo.

El acabado azul de las armas de fuego
es un proceso, controlado, derivado del óxido
común pero allí una patina tan rara y extraña
tantos años no tocada
hasta que yo la tomé
y bajé, en trance, por la escalera
sin pintar, al hall donde juro
que jamás oí el primer disparo.

La esquirla enfundada en cobre recuperada
en el cilindro de cartón de sales de Morton
del baño no estaba deformada
excepto por las marcas ligeramente brillantes de aplanamientos
y muescas tan calientes, energía estacionaria,
me ampolló la mano.

La pistola tirada en la polvorienta alfombra.
En extremo pavor regreso y la levanto tan cuidadosamente
que el segundo disparo, también no intencional,
hizo mella en la baranda de madera dura
y revivió un extraño y brillante aroma a savia antigua
en un rayo de polvorienta luz solar.
Absolutamente solo
en plena conciencia del mecanismo.

Como la primera vez que posás tu boca
sobre una mujer.



III

"Desfiladero de hielo en Wheeling
1971"

Un puente de hierro a lo lejos,
más atrás una ciudad.
Hoteles donde los cafishios manejaban sus negocios
en las veredas de un mundo perdido.
Pero el primer plano está en foco,
esta esquina de gótico de carpintero,
estos jardines traseros descendiendo hasta lo congelado.

"Barco de vapor en el río Ohio",
su humo inmundo y oscuro,
de fecha desconocida,
detrás la orilla lejana
sobrepoblada de fábricas.

"Nuestra casa en
Wytheville, Sept. 1921"

Se mudaron de Wheeling y mi padre está usando sus ropas de ciudad. La calle principal no está pavimentada y un farol eléctrico cuelga en lo alto del cuadro, centrado sobre la huella en el polvo en un cable flojo, sugiriendo la forma en que se balancearía con un fuerte viento, las sombras que arrojaría.

La casa es pesada, nada atractiva, enfundada en estuco, no nativa de la región. Mi abuelo, que les vendía provisiones a los constructores, se inclinaba por los materiales modernos, los cuales utilizaba con entusiasmo de mayorista. En 1921 reemplazó el tramo de calle de ladrillos del frente de la casa con el ancho y liso lajón de cemento volcado, firmando esta mejora con una rúbrica, "W. F. Gibson 1921" . Creía particularmente en el hormigón y en la madre enchapada. Setenta años más tarde su firma permanece, la laja manteniéndose perfectamente a nivel y sin encantos entre mohosos tramos de dulces ladrillos desparejos que conocieron los zapatos de acero de los caballos yanquis.

"Mamá Ene. 1922" ha salido a barrer el hormigón con una escoba. Sus botas están cerradas por botones que requieren un instrumento especial.

Otro desfiladero de hielo, en el Ohio, 1917. El mecanismo se cierra. Un recorte ajado ofrece un DeSOTO FIREDOME de 1957, Sedán de cuatro puertas, radio a perillas, calefacción y transmisión hidráulica y frenos, neumáticos nuevos. Un dueño. $ 1.595.



IV

Él llegó a la era de la radio a perillas
pero no mucho más que eso, y nunca en aquel pueblo.
Me tocó a mí conocer la calle principal con Rockets
ochenta y ocho haciendo fila,
el kiosco con planchas de madera en el piso
pasteles bajo plástico en la fuente de sodas,
y el misterio no contado, la otra cosa,
percibida en el crujir de un cartel luego de la medianoche
cuando nadie estaba allí.

En el polvo fino como talco debajo de la plataforma de
Nortfolk & Western descansaban moneditas sin ser molestadas desde
el amanecer del Hombre.

En los bancos y en el tribunal, un tiempo fósil
prevalecía, siglos de piedra caliza.

Cuando me fui a Toronto
como recluta, mi Oficina Local estaba allí en la calle principal,
sobre un negocio que compraba y vendía pistolas.
Una vez le cambié a un hombre una derringer por una
Walther P-38. Las pistolas estaban en la ventana
detrás de una cortina ambarina
como anteojos de sol. Yo tenía diecisiete o algo así pero básicamente creo
que tenías que ser un chico blanco.
Yo hacía dedo hasta un pozo de pizarra y disparaba
diez dólares de 9mm
a través de la piedra tan gastada que apenas
tenías que oprimir el gatillo.
Aburrido, intenté dispararle
a un arroyo distante pero
una de las balas rebotó hacia mí
en una roca redonda del río
cortando ramitas de una rama del nogal
a dos pies sobre mi cabeza.

Y así recordé el mecanismo.



V

En la estación de ómnibus abierta toda la noche
vendían huevos revueltos a los policías montados estatales
las largas y delgadas navajas llamadas cuchillos fruteros
que eran caladores de sandía con mango perlado
y chucherías montañesas de barnizada madera oscura
que se hacían en Japón.

Al principio iba allí de noche solamente
si el paquete de Camels de mamá se acababa,
pero gradualmente empecé a valorar
la luz submarina, el extraño tufo
de la larga caravana humana, los extraños
directamente desde Port Authority
yendo a Nashville, Memphis, Miami.
A veces el sheriff los vigilaba al bajar
para estar seguro de que volvieran a subir.

Cuando el baño para negros
no fue más necesario
voltearon el tabique de yeso
y ampliaron el puesto de revistas
hacia nuevas dimensiones,
una fría caverna fluorescente de sueños
oliendo ligeramente y para siempre a desinfectante,
quizás también a los viajados temores
de aquellos oscuros e incontados otros que,
por moverse como contornos de hierro ardiente,
estuvieran hechos por los tanto para bailar
o no bailar
según decidiera la ley.

Fue aquí donde quedé marcado como escritor,
al descubrir en aquel retrete
ejemplares de ciertas revistas
esotéricas y preciosas y, sí,
supe entonces, supe por completo
del trato sellado para siempre en mi corazón,
aunque cómo nunca lo supe
ni lo sabré.

Caminando a casa
a través de las inmóviles calles
tan tranquilas que podía oír los relojes de los semáforos a una cuadra:
el mecanismo. Nadie más, sólo el silencio
desparramándose hasta donde los enormes camiones gemían
en la ruta los deseos de sus vastas y brutas almas.



VI

Debe de haber una verdadera última vez
en la que vi a la estación pero no lo recuerdo
Recuerdo el duro saco negro de piel de caballo
que me regaló en Tucson un pibe llamado Natkin
recuerdo el frío
recuerdo el morral del ejército
que se me perdió y el negro en Buffalo
que me quería vender un refinado anillo de diamantes,
y la cafetería en Washington
donde escuché la conversación de un hombre con una corbata negra
bordada con rosas rojas
que estuve buscando desde aquel entonces.

Algo me habrán preguntado
en la frontera
fui aceptado
por alguna razón
y detrás de mí se balanceó la persiana de latón estampado
a través del mismísimo cielo
y fui libre
para encontrarme
en un laberinto de ladrillos victorianos
entre té con leche dulce
y el humo de un cigarrillo llamado Gato Negro
y todas esas desconocidas marcas de chocolate
y chicas con flequillos despuntados
ni siquiera norteamericanas
mirando desde altas y angostas ventanas
en la nieve que se derrite
de la ciudad no soñada
y en la gracia revelada
del mecanismo,
un viaje sin retorno.

Tiraron abajo la estación de ómnibus
hay cadenas allí
ningún micro se detiene allí
y estoy caminando a través de Chiyoda-ku
en un tifón
la fina lluvia horizontal
el paraguas trastornado en el aliento Pacífico de la tormenta
esta noche las linternas rojas están maltrechas.
Riendo
en el mecanismo.

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