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Rimbaud - El Baile De Los Ahorcados

Como habrán notado algunos, últimamente el blog se ha "deshumanizado" un poco, esto debido a que estamos programando las entradas a falta de tiempo. De cualquier forma es un gusto saber que nos siguen visitando y cada vez más!; pues ya vimos que estamos entre los 50 mejores blogs de Bolivia!!! --> Aquí en Blogalaxia. Como se imaginarán eso es realmente reconfortante para nosotros :)

Estamos pensando en renovar el sector de literatura, que practicamente lo hemos dejado abandonado, así que les presentaremos una serie de poemas de los Poetas Malditos (Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé)

Hoy comenzamos con Rimbaud...


Arthur Rimbaud nacido en Francia en 1854 y muerto en 1891. Desde niño mostró un gran talento para las letras.
Sus publicaciones están llenas de simbolismos, esto quizá por la gran influencia que Baudelaire ejerció sobre él.

Sin embargo, cabe destacar que los escritos de Rimbaud llevan un fino toque de melancolía y desesperanza.

Entre los pasajes de su vida personal está la tormentosa relación amorosa que sostuvo con Paul Verlaine y que después le llevaría a escribir "Una temporada en el Infierno" en 1873.



EL BAILE DE LOS AHORCADOS


En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un buen zapatillazo
les obliga a bailar ritmos de Villancico!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un órgano negro, los pechos horadados ,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.



¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza ,
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines, con bardas de cartón.

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! .

Y de pronto, en el centro de esta danza macabra
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto,
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,

crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta,
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.

En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

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